Una familia de clase media –padre, madre y dos chiquillos de doce y diez años– veranea en un pueblo castellano en los meses de julio y agosto de 1946. Se viven tiempos difíciles, de hambre y escasez general. Las heridas de la guerra civil no han cicatrizado todavía y nuestra familia, que pertenece al bando de los vencedores, comprueba, no sin sorpresa, que los vencidos siguen existiendo y sobreviven en silencio, mientras esconden sus ideas y tratan de hacerse invisibles, ante la grandilocuencia del Régimen autoritario del Caudillo Franco, que imagina estar renovando un imperio que camina hacia Dios.

Las aventuras de nuestra familia, la gente del pueblo, la presencia constante de la iglesia, el papel de la Falange local y de la Sección Femenina, el rodaje de un documental de cine a la gloria del Régimen, constituyen el cañamazo en el que se teje nuestra historia. Como remate, la amenaza internacional, queriendo acabar con nuestra gloriosa dictadura. Y los falangistas españoles, encerrados en castillos para organizar la defensa de la patria frente a la conjura internacional. (En uno de estos castillos, por cierto, queda atrapado, sin comerlo ni beberlo, el padre de nuestra familia).
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